En el Festival de la Academia de Arte Dramático de la Unison, una de las obras que vimos fué "El árbol", de Elena Garro, con la actuación de Nina Lizárraga y María Fernanda Moreno dirigidas por el Maestro Óscar Carrizosa.
En esta puesta en escena, Carrizosa logra un ambiente... como decirlo, cinematográfico, sí, cinematográfico-teatral. La estética, vestuario, actuación y música transportan a una película mexicana de la época de oro, en la sala Alberto Estrella me siento como en el Behind The Scenes de una película de esas en las que salen Marga López y Arturo de Córdova. Este mood me es muy familiar, pues toda mi niñez y parte de la ya lejana juventud, pasé incontables fines de semana sentado junto a mis mayores, viendo por enésima ocasión la transmisión de alguna de estas icónicas producciones en la tele abierta.
Las actrices Nina Lizárraga y María Fernanda Moreno, viejas lobas de mar en esto del teatro, y dirigidas por el Mtro. Carrizosa, hacen un trabajo extraordinario en la interpretación de sus personajes, para empezar, hay que notar el magnífico manejo de su voz. Cada una toma un acento distinto: Nina trabaja el acento neutro, voz fuerte y una dicción cuidadosa; y Fernanda, de manera muy naturalita, dota a Luisa de la forma de hablar de los indígenas del centro de la república, con esa separación entre las sílabas y la salida de aire suavecita en las consonantes tan distintiva de aquellos lares. Ella tiene muchas líneas a media voz, podría jurar que habla bajito pero no es así, su voz se escucha fuerte y clara en toda la sala, manteniendo la ilusión del susurro. A ninguna se le asoma el tonito vaquero del norte, ni un segundo. Lo que a mis oídos, les da todavía más credibilidad.
Nina Lizárraga elabora una Martha distinguida, con una corporalidad acorde a una gran señora que ha nacido en la riqueza y que no conoce otra manera de estar en el mundo y la vida, desde el privilegio la actriz hace reaccionar a su personaje primero con desdén, luego con empatía y comprensión por la pobre mujer indígena maltrecha y golpeada, y finalmente, entre pensamientos en voz alta y la desesperación del miedo, se vuelve un ser atormentado, aterrorizado y sin posibilidad alguna de escapar. Lizárraga se apropia de la escena con dominio y elegancia, tal como las distinguidas señoras del cine mexicano pero sin recurrir a la imitación. La cejita levantada y el mirar de medio lado no podían faltar en el estilo de la obra, y sí, la actriz integra estos gestos a su interpretación, pero con un pequeño gran detalle: los hace parecer casi involuntarios, para eso, querido público conocedor, hace falta una actriz con muchas tablas como la Lizárraga.En la otra esquina, Fernanda Moreno se convierte en un ser multifacético conforme pasa de una acción a otra en la escena. Luisa, su personaje, nos sube al tren de las emociones y nos damos cuenta que estamos en lo alto de la colina demasiado tarde, cuando nos suelta por la empinada pendiente.... muy tarde para brincar del vagón. Con un impresionante trabajo corporal, su mirada se transforma y poco a poco saca una obscuridad interna que envuelve el lugar por entero, no, no se ve loca (la típica salida fácil para este tipo de personajes) tal vez un poco inocente, pero alcanza a ser consiente del efecto que provoca al abrir su alma con Martita, confesando sus pecados como hizo con aquel árbol que se secó, luego de cuatro horas de platicar con él... ajá, literal. Días después lo encontró seco. La Moreno logra generar una clara sensación de miedo que crece en su contraparte cada vez que repite "se secó, Mar ti ta, se secó", un miedo que crece también en el público, terror psicológico del bueno: "Estoy oyendo tus pensamientos, el miedo es muy ruidoso Mar ti ta", y yo sentado en la sala, siento más rápido el latido de mi corazón cada vez que me dice: "se secó, Mar ti ta, se secó", como si Luisa también pudiera escuchar mis pensamientos. Allá mucho tiempo atrás, en mi temprana infancia setentera, me colé con primas y primos mayores a ver "Hasta el viento tiene miedo", película mexicana de 1968 con Marga López y Maricruz Olivier. Con las piernas encogidas en el sillón, retumbaba en mí el eco de aquel espíritu que llama a Claudia desde la torre del internado de señoritas. Pues haz de cuenta que me sentí igual, pero ahora en lugar del "Clauudiaaa", escuchaba un: "se secó Mar ti ta, se secó", con el corazón a punto de salir corriendo a no sé donde, porque esas frases lo persiguen a uno y más cuando se es niño Gen-x (seguro que a les niñes de ahora, esa peli les daría mucha risa).En El árbol, las atmósferas que se crean entre los dos personajes son muy cambiantes, muy ricas en matices. Construyen una tensión entre ambas que vuelve el ambiente espeso, tanto que como dicen por ahí "podría cortarse con un cuchillo". Poco a poco va acrecentando la tensión y la obra va demandando de las actrices un desarrollo más complejo en sus personajes que añaden más y más lados y aristas revelando nuevos rostros, dejándonos en suspenso cuando caemos en cuenta que Luisa y Martha llevan justo cuatro horas hablando de pecados, como con el árbol.
Al terminar la función, platicamos con Fernanda Moreno, que estudia y hace teatro desde hace más de 7 años, nos compartió sobre la preparación y el proceso que siguió para la creación de su personaje: "Estudié mucho películas de cine mexicano, especialmente aquellas con personajes indígenas, observaba como eran tratados, como se comportaban, su corporalidad, como usaban la voz, que hacían, de todo tomaba referencias, de la música también, además de leer mucho y observar..." "También tuve que estudiar películas y literatura de terror. Practicamos mucho entre nosotras para poder lograr la atmósfera de miedo, porque si no lo hacemos bien, si no logramos conectar en eso, puede provocar risa en lugar de tensión, es difícil, pero practicamos mucho y el Maestro nos dirigió para poder lograrlo".